MARTAS (2)

Hay días en los que uno amanece definitivamente “sucedido”. Las cosas te sacuden, te estremecen. Algunas se nos salen de las manos. A veces nos quedamos sin qué decir: simplemente las palabras se mudaron de tu boca. Otras, simplemente las palabras no alcanzan y en mucha medida sobran.
Literalmente pasé el fin de semana acurrucada en el rincón más solitario de mi alma. El peso de tanta decepción junta hizo lo suyo, por una parte. Vi un video horroroso y cruel, del que jamás hablaré otra vez, sobre pedofilia en Venezuela. Alcancé a mirar unos 20 segundos, luego de lo cual vomité, vomité y finalmente volví a vomitar. Pero lo peor le está pasando a mi Comadre Marta. Ella y mi amiga Beatriz atraviesan por uno de los momentos más difíciles de sus vidas Lo que les está pasando es una de esas eventualidades crueles ante las cuales nos invade la impotencia, el desconcierto y la más honda tristeza. Ella se fue. No está ahí. ¿Hay algo más terrible que tener que oir eso?
No hay ayuda posible o efectiva que podamos darles quienes somos sus amigos. Nada tangible, nada que contribuya a cambiar las cosas. Nada que no sea una oración constante al Altísimo para que en sus manos sostenga el corazón y la cordura de esas dos valiosas mujeres, cuya tristeza me alcanza y comparto solidariamente. Mi Comadre tú sabes que las palabras se me quedan cortas y hasta torpes, cuando de tus desgracias se trata. Y tú sabes que aquí estoy yo pa lo que salga. Tú dices y yo hago... tú dices y yo estoy, sí?